Las desigualdades étnicas

La idea de una desigualdad nativa, original, definitiva y permanente entre las diversas razas, es, en el mundo, una de las opiniones más antiguamente difundidas y adoptadas. Excepción hecha de lo que ha producido en las épocas más modernas, esa noción ha servido de base a casi todas las teorías gubernamentales. No existe pueblo, grande o pequeño, que no haya empezado haciendo de ella su primera máxima de Estado. El sistema de las castas, de la nobleza, de la aristocracia no tienen otro origen. No es sino a medida que los grupos se mezclan y fusionan, cómo, engrandecidos, civilizados, y juzgándose con más benevolencia por efecto de la utilidad recíproca, vemos entre ellos combatida esta máxima absoluta de la desigualdad y, ante todo, de la hostilidad de las razas. Después, cuando el mayor número de ciudadanos de un Estado siente circular por su venas una sangre mezclada, ese conjunto de ciudadanos, transformando en verdad universal y absoluta lo que no es real sino para ellos, se cree llamado a afirmar que todos los hombres son iguales.Cuanto más heterogéneos son los elementos de que se compone un pueblo, más se complace éste en proclamar que las facultades más diversas son poseídas o pueden serlo en igual grado por todas las fracciones de la especie humana sin exclusión de ninguna. Esta teoría es aplicada al conjunto de las generaciones pasadas, presentes y futuras por los razonamientos mestizos, quienes acaban un día por resumir sus sentimientos en estas palabras: “¡Todos los hombres son hermanos!”.He aquí el axioma político. ¿Queréis el axioma científico? “Todos los hombres –dicen los defensores de la igualdad humana- están dotados de instrumentos intelectuales análogos, de igual naturaleza, del mismo valor, de idéntico alcance.” Así, ¡el cerebelo del hurón encierra en germen un espíritu parecido al del inglés y al del francés! ¿Por qué, pues, en el curso de los siglos no ha descubierto ni la imprenta ni el vapor?Es imposible no tener en cuenta también la influencia reconocida por muchos sabios a los climas, a la naturaleza del suelo, a la disposición topográfica, sobre el desarrollo de los pueblos.Generalmente se cree que una nación establecida en un clima templado, no bastante ardiente para enervar a los hombres, ni demasiado frío para que el suelo resulte improductivo, a la orilla de grandes ríos, rutas anchas y movibles, en llanuras y valles adecuados a diversos géneros de cultivo, créese, repito, que esta nación se verá muy pronto conducida a salir de la barbarie, e indefectiblemente se civilizará. Por otra parte se admite que las tribus tostadas por el sol o embotadas por los hielos eternos, no disponiendo de otro territorio que las estériles rocas, estarán mucho más expuestas a permanecer en estado de barbarie.Por muy especiosa que, a primera vista resulte esta opinión, no concuerda en ningún punto con los numerosos hechos que la observación nos brinda.No hay ciertamiente países más fértiles, ni climas más suaves que los de los diferentes países de América; sin embargo, desde muchísimos siglos es habitada por tribus incapaces de la explotación, siquiera muy mediocre, de sus inmensos tesoros.Admito que China, Egipto, India y Asiría hayan sido lugares completamente apropiados al establecimiento de grandes Imperios y al desarrollo de potentes civilizaciones; concedo que estos lugares hayan reunido las mejores condiciones de prosperidad. Pero estas condiciones eran de tal naturaleza que, para sacar partido de ellas, era indispensable haber alcanzado previamente, por otras vías, un alto grado de perfeccionamiento social. Así para que el comercio pudiese explotar las vías fluviales era preciso que la industria o por lo menos la agricultura existiesen ya, y la atracción hacia los pueblos vecinos no hubiese podido producirse de no existir de antiguo ciudades y mercados florecientes.No me limitaré a mostrar que una situación geográfica, declarada conveniente porque es fértil, o precisamente porque no lo es, deja de prestar a las naciones su valor social; conviene aún dejar bien establecido que este valor social es del todo independiente de las circunstancias materiales circundantes. Citaré a los armenios, encerrados en sus montañas (en aquellas mismas montañas donde tantos otros pueblos viven y mueren bárbaros de generación en generación) alcanzando, desde una antigüedad muy remota, una civilización bastante elevada. Los griegos tampoco podían felicitarse mucho de las circunstancias geográficas. Su país no era, en muchas de sus partes, más que una tierra miserable.Al acercarme a los tiempos modernos la multitud de hechos en que puedo apoyarme me embaraza. Veo la prosperidad alejarse completamente de las costas mediterráneas, prueba irrefutable de que no estaba indisolublemente unida a ella. Novgorod se levanta en un país helado; Bremen, en una costa fría; Venecia aparece en el fondo de un golfo profundo. Observo, de paso, que el azar no intervino para nada en estos cambios, todos los cuales se explican por la presencia en un punto dado de una raza victoriosa o preponderante. Quiero significar que no fue el lugar lo que determinó el valor de la nación, y que nunca lo ha determinado, ni lo determinará jamás; al contrario, era la nación la que dio, ha dado y dará al territorio su valor económico, moral y político.