Los visigodos

Los Godos eran un pueblo indoeuropeo, de tronco nórdico. Su lengua, hasta donde se sabe de ella, entronca con el germano antiguo y posiblemente tuviera la misma raíz. No se sabe con certeza en qué época los godos se diferenciaron de otros pueblos nórdicos vecinos de ellos, tales como gépidos, jutos, etc, lo que sí es cierto es que los godos entran en la historia cuando autores romanos los mencionan como habitantes de las costas bálticas de lo que hoy es Alemania y Polonia. Ya en el siglo I d.C. los Godos constituían un pueblo germánico originario de la región escandinava denominada Gotland (tierra de dioses), que a finales del siglo III se asentaran en la antigua provincia romana de la Dacia en la que permanecerán durante un siglo, hasta que, empujados por los hunos, el pueblo Godo se dividirá en dos ramas: Ostrogodos (que inicialmente permanecerán bajo vasallaje de los hunos y que mas tarde acabarán abarcando la actual Italia) y Visigodos, los cuales acabarán asentándose en la península Ibérica y de los que pasamos a hablar ahora.

En la segunda mitad del siglo IV comienzan una serie de movimientos de pueblos desde las estepas de Asia central que van a influir sobremanera en el discurrir de la historia europea. Es posible que el origen último fueran alteraciones climáticas que hicieran más difícil aún la vida en las estepas. Los hunos, pueblo mongoloide situados en el este del Mar de Aral bajo influencia persa, van a comenzar su migración hacia el oeste. En el 370 derrotan a los alanos, arrasan el reino ostrogodo y derrotan a los visigodos en el Dniester. Desde el 375 los hunos dominan las estepas del Don y el delta del Danubio, formando una confederación con muchos de los alanos y ostrogodos derrotados.

Los Visigodos, a causa de la presión de los hunos, irrumpen en la Tracia (provincia romana) a finales del siglo IV comandados por Fritigerno,. Durante los primeros años el pueblo Visigodo comienza a adaptarse a la forma de vida romana, modificando su organización social y política, en la cual los jefes tribales ostentaran el poder. Los romanos aceptaran que el pueblo Visigodo se instale dentro de las fronteras de su imperio a cambio de que éstos defiendan Roma de los ataques del resto de pueblos germánicos que presionaban las fronteras del imperio (incluso llegaran a cederles tierras).

En el año 376 se produce un enfrentamiento entre Visigodos y romanos, debido a los abusos de los funcionarios romanos, produciendo una escisión en la nobleza visigoda: mientras una parte de la misma hace un juramento de odio a Roma, otra parte se decanta por llegar a un acuerdo con los romanos. Este enfrentamiento fortaleció la aparición de ejércitos privados vinculados a los miembros de la nobleza y favoreció que el nombramiento de dos jefes tribales, surgidos para enfrentarse contra el Imperio, se simplificara, al elegirse uno solo, que terminaría convirtiéndose en rey (surgiendo así la monarquía visigoda). En el año 378 los Visigodos, cansados de las humillaciones y movidos por el hambre, se levantan contra los romanos, a los que derrotan en la batalla de Adrianópolis, dando muerte al emperador Valente. El sucesor de Valente en el imperio de Oriente, Teodosio I, firmó la paz con los Visigodos e incorporo su ejército al romano. Desde este momento, los Visigodos ejercerán una importante influencia en el Imperio.

Con Alarico I, primer rey de la monarquía goda, los Visigodos rompen su pacto con Roma e invaden Grecia donde se asentarían hacía el 390. El regente del Imperio de Oriente, Rufino, le propone un pacto a Alarico el año 401: le nombraría “magíster militum” de Iliria cediéndole tierras, a cambio de su retirada de Grecia y la paz con el Imperio (clara muestra de la debilidad de Roma ya por aquellos tiempos). Con esta estrategia Rufino le traspasaba el problema a Honorio, emperador de Occidente, ya que Iliria se encontraba dentro de las fronteras de éste aunque en épocas de inestabilidad era administrada por el emperador de Oriente. Los Visigodos no contentos con lo que se encontraron al llegar a Iliria (tierra bastante pobre) invaden Italia saqueando la ciudad de Roma el 24 de Agosto del 410. Muerto Alarico I le sucede Ataúlfo con el que los Visigodos toman rumbo a la Galia donde, a cambio de asentar su pueblo en la Provenza (ocupando Narbona, Toulouse y hasta Burdeos), hace frente a los enemigos de Honorio sometiendo a los demás pueblos bárbaros a su autoridad.

El hecho relevante para que el pueblo Visigodo se estableciera en la parte Occidental del Imperio fue la firma de un “foedus” (acuerdo) entre el monarca Visigodo Walia y el emperador romano Honorio en el año 418, a través del cual el emperador cedía una provincia romana, la Aquitania II (que conformaba las Galias), como lugar de asentamiento para los Visigodos, a cambio de que estos defendieran el imperio de los ataques externos. La presencia de los Visigodos en el sur de las Galias no fue mal recibida por sus habitantes, los galo-romanos, que llegaron a considerar a los Visigodos sus defensores frente a las arbitrariedades de las autoridades imperiales, e incluso la nobleza galo-romana en alguna ocasión solicitó la ayuda de este pueblo guerrero.

Los Visigodos poco a poco iban acaparando más poder sobre los territorios del Imperio donde se asentaban, y éste ya no tenía poder para someter a los Visigodos a su obediencia. El curso de los acontecimientos había dado de hecho la práctica independencia a la nación visigoda respecto al Imperio, punto que puede considerarse como la fundación del Reino de Tolouse. Al administrar sus territorios los Visigodos dictaban ya sus propias leyes.

El Imperio romano se desmoronaba por momentos y su desaparición dependía de cuanto tiempo se pudiera mantener el equilibrio de poder entre los pueblos germanos. En el año 450 estalla la guerra contra los hunos, Valentiniano III organizara un ejército formado por visigodos, francos, alanos, burgundios y algunos pocos romanos. Ambos ejércitos chocaron el 20 de Junio del 451 en los campos Cataláunicos, llevándose la victoria las tropas del Imperio (tras la cual muere el rey Visigodo Teodorico I); parecía que sería el último golpe con el que sucumbiría Roma pero no fue hasta el año 476 en el que, una confederación de pueblos germánicos con Odoacro a la cabeza, entraría a Italia deponiendo a Rómulo y acabando de una vez por todas con el Imperio romano de Occidente.

Eran los últimos años del reinado de Eurico, el cual falleció el 484, sucediéndole su hijo Alarico II que perfeccionó la tarea de gobierno de su padre, consolidando la estructura gubernativa del Reino de Tolouse. El momento cumbre de este proceso lo constituyó la promulgación del Breviario de Alarico (en el año 506), un nuevo texto legal compilado sobre la base del código de Eurico, que recogía las “leges” et “iura” vigentes (esto es, leyes que sirvieran para la práctica –descartando las obsoletas- así como la tradición jurídica romana).

Mientras esto sucedía un nuevo poder tomaba forma al norte y al este de la Galia: el de los Francos. Este pueblo había estado asentado hasta el fin del Imperio en la zona superior del Rhin. La guerra entre francos y Visigodos estalló el 501, pero la batalla decisiva se libro en el 507, en Vouillé, cerca de Poitiers. Los Visigodos fueron derrotados y su rey muerto. Gracias a la intervención del rey ostrogodo Teodorico el Grande los Visigodos pudieron salvaguardar sus posesiones en Septimania así como su supervivencia como pueblo que no tuvo más remedio que trasladarse de la Galia a Hispania.

Los Visigodos pasaron masivamente a Hispania en grandes carros tirados por bueyes (así lo atestiguan varios documentos latinos de la época); su asentamiento no fue homogéneo debido a su escaso número (unos 300.000 sobre una población autóctona de 5 millones). La mayor densidad de asentamientos se da en la Cartaginense, concretamente en la Meseta norte, entre Palencia, Sigüenza y Toledo. Los siguientes asentamientos en número se dan en la Tarraconense, desde la costa hasta la tierra fronteriza que ya se llamaba Vardulia (tierra habitada por los várdulos – primos lejanos de los vascones- que hacía de frontera entre el reino Visigodo y los dominios de vascones y cántabros) y en la Septimania de la que los francos no lograron echarlos.
De este modo el norte de la Cartaginense, la Tarraconense y Septimania se constituyeron como provincias godas, mientras que los reductos hispano-romanos eran la Bética (sobre todo), Lusitania y la parte sur de la Cartaginense (por estas fechas se empieza a distinguir –a causa de esta división étnica- entre “Carpetania” denominación que recibe la parte norte de la Cartaginense, cuya capital sería Toledo y la Cartaginense propiamente dicha, cuya capital sería Cartagena). En aquel momento Gallaecia era sueva y celta, los cuales se habían fundido con la población nativa hispano-romana. Mientras, la cornisa cantábrica permanecía de momento independiente al poder de los Visigodos. El peculiar modo de instalación de los Visigodos en la Península, mediante pactos y repartimientos de tierras con los hispano-romanos, explica que no hubiera invasión, sino que Visigodos e hispano-romanos coexistieron con sus diferencias, sin superponerse, hasta que paulatinamente ambos pueblos acabarían fusionándose (debido a su pertenencia a la misma Raza).

Este es el escenario étnico que se presenta a principios del siglo VI. Sobre esto los Visigodos trasladan a Hispania las formas de gobierno que ya habían tenido en la Galia pero no cambian de modo alguno la costumbre gubernativa de los hispano-romanos.

Tras Vouillé los Visigodos se encuentran con un rey menor de edad (Amalarico, hijo de Alarico II), con el ostrogodo Teodorico el Grande como regente y protector del reino (con un poder delegado en Teudis, un ostrogodo pariente del difunto Alarico). Sobre el 530 los francos atacan a los Visigodos, derrotándolos, y haciéndose con el control de Narbona obligando a la corte a trasladarse a Barcelona, donde el 531 Amalarico es asesinado. Teudis toma el título de rey, estableciendo su sede en Barcelona. En el 533 las tropas bizantinas al mando de Belisario destruyen el reino vándalo del norte de África haciéndose con el control de las Baleares y Pitiusas, además de Ceuta y Tánger. Teudis se sintió amenazado por ello y levantó fortificaciones en la Bética y la costa levantina. Con ello los Visigodos asentaban sus reales en la zona más romanizada de Hispania. Teudis es asesinado en el 548 al intentar tomar Ceuta y fracasar en ello, extinguiéndose la dinastía que gobernó a los Visigodos desde Alarico.

La nobleza visigoda eligió rey a Teudiselo, otro ostrogodo, que fue asesinado en Sevilla a finales del 549. El siguiente rey electo fue Ágila, un Visigodo, que instaló su corte en la ciudad de Sevilla. Varias ciudades de la Bética se sublevaron contra Ágila, que tubo que huir hacia Mérida, mientras Atanagildo se hacía con el control de la provincia con ayuda bizantina. En Mérida Ágila es asesinado en el 554. Atanagildo se hace, pues, con el trono, estableciendo la capital del reino en Toledo (ciudad que se encontraba en la zona de mayor asentamiento de Visigodos).

Muerto Atanagildo toma el poder el rey Leovigildo (565-586), el cual puede considerarse como el verdadero creador de la nacionalidad hispánica. Primeramente, desde su gobierno de Toledo, intentó con éxito someter a la autoridad central la mayor parte del territorio peninsular en un momento crítico de fragmentación politico-territorial. Así, derrotó a los suevos del noroeste incorporando su reino y redujo a cántabros y vascones, alzados contra su autoridad. El ideal nacionalista de Leovigildo identificaba el reino de los Visigodos con Hispania, acotando nítidamente las diferencias respecto al Imperio de Bizancio, heredero Oriental de Roma. Leovigildo quería fusionar al pueblo Visigodo con el hispano-romano para crear así una nueva nación, por ello derogó la prohibición de matrimonios mixtos establecida por el Emperador Valentiniano. El único impedimento para consolidar el nacimiento de esta nueva sociedad era el mantenimiento de Leovigildo en su fe arriana (religión nacional de los godos) mientras una mayoría de la población (hispano-romanos) era de religión católica. Sería su hijo, Recaredo, quien al convertirse al catolicismo, y con él, oficialmente, todos los godos, pondría las bases de una comunidad político-religiosa diferenciada, dejando de lado de una vez, los problemas internos que esta bipolaridad religiosa conllevaba.

Muerto Recaredo en el 601, le sucede su hijo, Liuva II, pero en menos de un año una revuelta palaciega le privo del trono. Uno de los nobles causantes de esto, Viterico, es nombrado rey, que no teniendo mucho éxito durante su corto reinado, muere en el 610. Su sucesor fue Gundemaro, un noble guerrero que inició una campaña contra los vascones, a los que derrotó y sometió, y otra contra los bizantinos, la cual no tuvo gran éxito. Gundemaro muere en el 612 sucediéndole en el trono Sisebuto. Lo más importante a destacar de su reinado es la feroz persecución (muy acertada) que inició contra los judíos. Creo una ley (616) por la cual ningún judío pudiera poseer esclavos cristianos, así como obligaba a bautizarse a todos los judíos si no querían ser expulsados del reino (unos 100.000 judíos deciden apostatar –los cuales constituían una minoría-, el resto se marcha), a los judíos que se descubrieran en su práctica del judaísmo se les azotaría públicamente, sufrirían decalvación, y serían entregados como esclavos a la corona o a alguien nombrado por el rey. Un judío que se casara con un católico (algo que era ilegal) y se negara a convertirse sería desterrado de por vida. Es difícil pensar cómo es posible que en la expulsión de 1492 todavía quedaran judíos en la Península después de la inmutable política anti-judía que habían llevado a cabo los monarcas cristianos durante casi 1.000 años. Volviendo al reinado de Sisebuto, éste estabilizo las relaciones con los francos y atacó a los bizantinos con gran éxito, rindiendo Cartagena y arrebatando a los bizantinos casi todas sus posesiones peninsulares.

Le sucedió al trono su hijo, Recaredo II, el cual fue asesinado a los pocos días de ejercer su cargo. Le sucedió Suintila que expulsa definitivamente a los bizantinos enquistados en el sur peninsular y consigue la unificación de todo el territorio de la antigua Hispania romana, incorporando Ceuta como cabeza de puente hacia la Mauritania africana. Pero este hecho no le hizo ganarse la simpatía de sus contemporáneos, los cuales se levantaron contra él (pidiendo ayuda a los francos) con Sisenando a la cabeza y Suintila fue hecho preso y Sisenando nombrado nuevo rey (no duraría mucho en el trono ya que muere en el 636).
Le sucede Chintila el cual se pasó casi todo su reinado luchando contra sus enemigos internos y que en el VI Concilio de Toledo (636) confirma los decretos impuestos a los judíos en los Concilios anteriores, mostrando su deseo de no permitir vivir en el reino a nadie que no fuera católico. A su muerte le sucede su hijo Tulga (639) que gobernó durante poco más de dos años, siendo su reinado una sucesión de conspiraciones y revueltas. Con los reyes Chindasvinto (642-653) y Recesvinto (653-672) la labor legislativa refrendada en los Concilios toledanos alcanza su punto álgido con la promulgación del Liber Iudiciorum (Libro de los Juicios o Fuero Juzgo), compilado por este último rey, convirtiéndose en el único texto legal válido ante los tribunales del reino (consiguiendo así la total unificación de la nación “hispano-goda”), un texto que incorpora la herencia jurídica romana a la costumbre germánica siendo aquella claramente predominante.

El reinado de Recesvinto marca el cenit del reino Visigodo en Hispania. A su muerte, el 1 de septiembre del 672, dejaba un reino en paz, cohesionado en lo religioso, en lo político y en lo jurídico. Nunca había sido el reino Visigodo tan poderoso. Nunca, desde la edad dorada del Imperio, había estado Hispania tan bien administrada y tan prospera…pero tenía unas debilidades internas, unos parásitos camuflados cuyas conspiraciones y traiciones se manifestarían con toda su crudeza en el siguiente siglo…

A la muerte de Recesvinto es elegido rey Wamba. Al poco tiempo de hacerse con el trono se alzaron contra él los vascones y el conde de Nimes, con lo que Wamba tuvo que organizar dos ejércitos: uno a sus órdenes contra los vascones y otro al mando del duque Paulo contra los rebeldes. Paulo se reveló y quiso formar un reino aparte en Septimania y la Tarraconense pero Wamba lo derrotó. De vuelta a Toledo, Wamba proclamó el 1 de Noviembre de 673 una ley que imponía el servicio de armas a la población del reino. La razón de esta ley era que desde la llegada a Hispania el pueblo Visigodo había pasado de ser un pueblo belicoso y guerrero a un pueblo donde sus habitantes se dedicaban casi exclusivamente a la agricultura y la ganadería y no prestaban servicio de armas. La fuerza militar que defendía al reino estaba al servicio de los diferentes nobles (y no del rey) que eran quienes les pagaban un sueldo (este punto es importante para entender la posterior caída del reino Visigodo).

Le sucede Ervigio que durante su reinado tiene lugar un acontecimiento que pasó desapercibido a los ojos de la corte toledana: entre 682-683, Uqba ibn Nafi, gobernador de Kaiurán (capital militar de la Berbería recién conquistada por los musulmanes), organiza una expedición hacia Occidente, llegando hasta la orilla del Atlántico recorriendo el interior de Marruecos. No se sabe si Uqba contactó con los gobernantes de Tánger y Ceuta, pero lo que esta claro es que esta expedición se trataba de un reconocimiento de fuerza para lo que años más tarde, concretamente en el 711, sucedería en la Península. Muerto Ervigio, en el 687, le sucede Égica cuyo reinado se vio alborotado por continuas rebeliones e intentos de sublevación que reprimió con mano dura. En el XV Concilio de Toledo Égica acusó directamente a los judíos de haber estado envueltos en la conspiración contra él y tomo medidas legales contra los judíos de todas las provincias, excepto Septimania. Al año siguiente, 694, comienzan a aparecer en las costas españolas mercaderes griegos y judíos (que huían de la guerra entre Bizanzio y los musulmanes), por lo que Égica endurece las leyes anti-judías ya que éstos constituían un peligro para la estabilidad del reino (los acontecimientos del 711 serían una clara muestra de ello). Égica deja el trono a su hijo Witiza, en 697, debido a su mal estado de salud. El reinado de Witiza se caracterizó por conspiraciones y traiciones (llevadas a cabo por… ¿judíos?... ¡bingo!) que debilitaron notablemente al reino Visigodo, causando divisiones entre los diferentes nobles. Witiza murió en el 710 sucediéndole Rodrigo. Al poco tiempo de ser ungido rey tuvo que enfrentarse a una rebelión en la Tarraconense y una sublevación de los vascones.

Rodrigo marchó a tierra de los vascones en la primavera del 711, con la intención, probablemente, de sofocar luego la rebelión de la Tarraconense. Estando en el norte, a principios de Junio del 711, recibe mensajes del dux de la Bética, Teodomiro, en el que informaban que un ejército extranjero había desembarcado en Algeciras, que estos extranjeros contaban con la ayuda de traidores (¡judíos!) y que él había sido derrotado en algunas escaramuzas contra ellos. En consecuencia solicitó refuerzos con urgencia. Rodrigo juzgó esta inesperada amenaza como algo más grave que la de los vascones. Interrumpió la campaña para dirigirse, vía Toledo, a Córdoba, donde convocó las fuerzas del reino para principios de Junio del 711… la invasión y la caída del glorioso reino Visigodo había comenzado.

En el año 711 y tras décadas de crisis general motivada por la incipiente disgregación que el reino sufría y la desunión entre los diferentes nobles (todo esto alimentado por conspiraciones), el reino Visigodo como tal se extinguiría definitivamente. Los invasores, árabes y bereberes, derrotarían al ejército Visigodo en las cercanías de Jerez de la Frontera. Sería decisivo en el fatal desenlace el apoyo recibido por los musulmanes por parte de los judíos y los partidarios de la familia del recientemente fallecido rey Witiza, opuestos al rey Rodrigo, y que incluso recabarían la presencia de los musulmanes en la península como sus aliados. Rodrigo fue derrotado y muerto en la batalla que con estos tuvo lugar a orillas del río Guadalete. Destrozados en la batalla el ejército y la nación visigoda, los musulmanes ocuparían la casi totalidad del reino en un período de siete años (con la importante colaboración de los judíos residentes en las ciudades hispanas que abrieron las puertas de muchas de ellas), arrasando todo lo que se encontraban a su camino. Los montes cantábricos y pirenaicos quedarían libres del dominio musulmán.

Sería en estas tierras del norte donde comenzarían a formarse los reinos cristianos que protagonizarían, siglos mas tarde (hacía el s. IX aproximadamente), la gloriosa Reconquista. Los nuevos guerreros, herederos del antiguo reino Visigodo, recuperarían el territorio peninsular ocupado por los musulmanes, a los que en todo momento se les consideró extraños usurpadores, invasores de una tierra que no les pertenecía, poseedores de una cultura contraria y una etnia diferente, los cuales explotaban el territorio a su beneficio a base de tributos, haciéndose con un gran botín a costa de la población autóctona. La gran herencia hispano-goda permitió restaurar en España la civilización occidental de raíz grecolatina y germánica, superando así el tremendo y prolongado impacto de la dominación islámica, a diferencia de lo que sucedió en el norte de África que, integrado en el ámbito occidental antes de la invasión de los árabes, bereberes y el resto de resquicios europeos acabaría islamizándose y arabizándose.

No vamos a detenernos en el desarrollo histórico de este período de tiempo (desde el 711 hasta la total expulsión de los musulmanes) ya que dedicaremos otro apartado a ello. Eso sí, hay que dejar constancia que la Historia del pueblo Visigodo, ni acaba ni es destruida por los musulmanes y su invasión de la Península, ya que dejaron tras de sí, además de su legado histórico y cultural, a sus descendientes y herederos, que somos nosotros, los españoles y portugueses de hoy en día.

Como modo de apunte queríamos hacer mención a uno de los claros ejemplos que representarían a la nueva nación surgida de la fusión de hispano-romanos y Visigodos: Isidoro de Sevilla. Arzobispo de dicha ciudad, hijo de padre hispano-romano y madre goda, será uno de los que mejor sabrá interpretar los nuevos tiempos, la nueva realidad nacional hispánica a lo largo del desarrollo del reino Visigodo en la península. En su Historia Gothorum elevará a España a la categoría de primera Nación de Occidente: “de cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la mas hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos. Con razón se te puede llamar reina de las provincias, pues iluminas no sólo el Océano sino también el Oriente. Tú, Honor y ornato del mundo, la más ilustre porción de la tierra donde florece y recrea la gloriosa fecundidad del pueblo godo”. Para Isidoro de Sevilla el pueblo godo es el primero de los pueblos de Europa pues tal fue la grandeza de su habilidad guerrera y notables las proezas de sus famosas victorias que aun Roma, la conquistadora de todas las naciones, se le sometió al yugo y cedió ante sus triunfos. En su obra, Historia Gothorum, describe a los godos como gente de naturaleza pronta y activa, que confía en la fuerza de la conciencia, de tez blanca, cuerpo potente y altos de estatura. La obra de Isidoro de Sevilla, y por lo tanto las palabras escritas en ella, supondrán el primer texto que englobará el nuevo ideal nacional configurado en un territorio, la Península Ibérica, en un determinado pueblo, el de los Visigodos, hasta identificar esta Tierra y este Pueblo como una Nación común, España.